Excavaciones arqueológicas revelan la tradición funeraria de las tumbas de tiro en Jalisco

Por primera vez, luego de tres décadas de estudios arqueológicos en el área central de Jalisco, se tiene un panorama que permite relacionar los antiguos lugares dedicados a la muerte, en específico las llamadas tumbas de tiro, con los espacios vitales de la cultura Teuchitlán, la cual tuvo por asiento esta región a lo largo de siete siglos, entre …

Por primera vez, luego de tres décadas de estudios arqueológicos en el área central de Jalisco, se tiene un panorama que permite relacionar los antiguos lugares dedicados a la muerte, en específico las llamadas tumbas de tiro, con los espacios vitales de la cultura Teuchitlán, la cual tuvo por asiento esta región a lo largo de siete siglos, entre 300 a.C. y 400 d.C.      

Así lo consideró la coordinadora nacional de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Martha Lorenza López Mestas Camberos, al participar en el ciclo “La arqueología hoy” de El Colegio Nacional (Colnal), el cual es coordinado por el investigador del INAH y miembro del Colnal, Leonardo López Luján.

Al dictar la ponencia La tradición funeraria de las tumbas de tiro en Jalisco, la especialista expuso que el arqueólogo Phil C. Weigand calculó, al menos, un millar de sitios que datan de esos tiempos tempranos en la zona, la cual se ve presionada por la mancha urbana de la ciudad de Guadalajara y la siembra extensiva del agave. Con el tiempo, arqueólogos, antropólogos forenses, geólogos y biólogos han permitido entender el patrón de asentamientos complejos en un amplio radio alrededor del volcán de Tequila.

Durante los periodos Preclásico Tardío y Clásico Temprano (300 a.C.-400 d.C.), la competencia entre distintos señores debió ser un aliciente en la construcción de sitios de arquitectura monumental en partes elevadas o protegidas; mientras que la mayoría de las unidades habitacionales se concentraban en sus alrededores, algunas unidades domésticas y complejos mayores se distribuían en la zona del valle, inmediatas a las áreas de producción.

Así, se tiene registro de centros cívico-ceremoniales como Santa Quiteria, de terrazas para la producción agrícola en el Peñón de Santa Rosalía (en cuya cima también se localiza un Juego de Pelota) y vestigios arquitectónicos llamados “guachimontones”, contemporáneos a las tumbas de tiro.

En ese sentido, López Mestas refirió que las tumbas de tiro, cuya denominación se debe al conducto en superficie que lleva a una o varias cámaras funerarias en el subsuelo, deben considerarse también arquitectura monumental, en virtud del trabajo invertido en su construcción. Algunas se han localizado a dos metros de profundidad, pero hay otras por debajo de los ocho metros, lo que implicó cavar con herramientas rudimentarias en la toba volcánica compacta. “Esto requirió planeación, no empezaba una vez fallecida la persona”.

 Asimismo, dijo, el registro de larvas de moscas necrófagas en contextos como la Tumba de Huitzilapa indican que se mantenían abiertas por un lapso prolongado, “lo que habla de un ceremonial público por varios días”.

 La arqueóloga destacó que gran parte de lo que se conoce en la región sobre la cosmovisión prehispánica del inframundo deriva de las pocas tumbas localizadas intactas, un caso ejemplar fue la de Huitzilapa, hallada bajo una estructura de la Plaza Oeste del sitio. En este lugar, ubicado en el municipio de Magdalena, exploraciones en la década de 1990 pusieron al descubierto edificios de uso ceremonial y político, y una amplia zona habitacional.

 El tiro de la tumba fue excavado hasta 7.6 metros de profundidad. Las entradas a las dos cámaras se crearon a los lados del tiro, y en cada una se localizaron los restos de tres individuos enterrados con ricas ofrendas.

 En la norte, la de mayores dimensiones, sobresalió la osamenta de un personaje que debió rondar los 45 años, al que se acompañó con elaborados adornos. Esta construcción estuvo destinada a este individuo, quien fue llevado a reposar junto a miembros de su familia, como se deduce de los análisis osteológicos, los cuales arrojaron la existencia de malformaciones congénitas en el desarrollo de la espina mayor, en cinco de los seis sujetos, evidencia de un parentesco en primer nivel de consanguinidad.

A partir de este acontecimiento funerario marcado por la consanguinidad, concluyó López Mestas, “se puede afirmar que en Huitzilapa, en particular, y en la tradición Teuchitlán, en general, el papel social del individuo se definió por dichas relaciones de parentesco; este lazo era el que normaba la cooperación y relación con otros miembros del grupo social, los derechos y obligaciones del individuo”.

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